TALENTOS

LAURA APARICIO

La ganadora del IV Premio SGAE de Teatro Ana Diosdado: “Cuando la autocensura aparece, me la sacudo”

POR LUCÍA MÁRQUEZ

Mutaciones equinas, relaciones familiares no precisamente idílicas, oleadas de violencia… y un circo en la periferia urbana. Estos son algunos de los ingredientes que pueblan La última función de Silvia K., pieza de ecos distópicos con la que Laura Aparicio ha obtenido el IV Premio SGAE de Teatro Ana Diosdado. Una obra que la autora considera “una reflexión acerca del miedo, la desconfianza que suscitan los que son diferentes en algunas sociedades y el sentimiento contagioso de querer aniquilarlos”. Actriz y dramaturga, en su hoja de servicios como escritora teatral encontramos Cuando se pierde un zapato se pierde una batalla (2018), Tararear bajo la lluvia/Humming in the rain (2020) o Kassandra y los perros (2021), entre otros títulos.


Aquí nos confiesa Laura que la mueve su “necesidad de poner luz en sitios oscuros, de encontrar respuestas, de buscar la poesía que nos salve”.

Laura Aparicio (dcha.) recoge el IV Premio SGAE de Teatro Ana Diosdado

El jurado que te otorgó el IV Premio SGAE de Teatro Ana Diosdado habló de La última función de Silvia K. como un texto “político” y “social e ideológicamente comprometido”. ¿Por qué es importante para ti optar por una dramaturgia que se posiciona frente a los asuntos que agitan la actualidad?

Estoy muy de acuerdo con lo que comenta Remedios Zafra acerca de la intención de escapar en esta cultura contemporánea de la complacencia, donde casi todo se puede apagar pulsando un botón. El motor de mi escritura es hablar de los temas que preocupan, mueven y conmueven. Por lo tanto, habría que aceptar que, como ella dice, “incomodar es un peaje de la libertad de pensamiento”. Cuando la autocensura aparece, me la sacudo.


De hecho, un hilo que recorre tus piezas es el abordaje de asuntos que afectan a nuestro presente, de peligros que acechan a la sociedad contemporánea, ya sea el cambio climático, el machismo, la guerra de Ucrania o la migración.

Cierto, en Cuando se pierde un zapato se pierde una batalla [Ediciones Invasoras] ya estaban latentes la violencia de género, la inmigración, el trabajo infantil, el racismo, el colonialismo… En realidad, creo que los temas que recorren a la humanidad son siempre los mismos. Lo que hay que encontrar es la historia, única, genuina y verdadera que mueve a las protagonistas y conecta con lo más íntimo del espectador.


El Premio SGAE de Teatro Ana Diosdado busca visibilizar la escritura teatral femenina. ¿Por qué te parece importante destacar el trabajo que están realizando las mujeres en este ámbito?

Francamente, llevamos muchos siglos de desventaja. Yo tuve muy pocos referentes femeninos en mis primeras lecturas. Ahora es cuando aparecen en los libros de textos las obras y nombres de escritoras y dramaturgas que estuvieron silenciadas o publicaron bajo nombres masculinos. En general, creo que es esencial ese trabajo de descubrir o redescubrir a dramaturgas que no conocíamos, tanto de aquí como de otros países. Mujeres con imaginarios muy diferentes y una potencia arrolladora. En ese sentido, me siento agradecida y feliz, porque este premio me permite estar cerca de las mujeres a las que admiro.

“Alguna vez he participado como actriz en textos míos y resulta un proceso complejo y muy interesante”

¿Ser actriz influye en tu forma de afrontar la escritura dramática (y viceversa)? ¿O esas dos profesiones constituyen para ti compartimentos diferenciados?

Puedo asegurar que tanto la escritura como la interpretación van de la mano. La palabra, los diálogos, llegan de una manera fluida por boca de los personajes, que configuran el espacio con su respiración, pausas y silencios; sus acentos, miedos y humor. Alguna vez he participado como actriz en textos míos y resulta un proceso complejo y muy interesante: como dramaturga tengo en la cabeza todas las versiones distintas que he escrito, pero, como intérprete, solo cuento con el texto final.


En una entrevista con Alicante Plaza comentabas que, como dramaturga, creías que había que “soltar los textos y dejar que quienes los van a dirigir los asuman como propios y les den una vuelta”. ¿Es complicado este ejercicio de entregar tu texto a otra persona?

¿Dije eso? ¡Ja, ja, ja…! Hay una máxima: el folio lo soporta todo, el escenario no. Alguna vez he acompañado en el proceso de dirección y ha sido enriquecedor. Otras, solté y fue bien. También entregas ese texto a los intérpretes, que nutren a los personajes sobre el escenario. Una obra es como una hija: quieres que crezca sana y feliz.


En el caso de La última función de Silvia K., ¿qué retos implica su puesta en escena?

Por supuesto, va a depender de quién dirija y produzca esta sátira. Las opiniones de quienes han leído el texto son muy buenas. Es una pieza arriesgada y espero que, más allá de los medios, la reflexión y el humor estén muy presentes. Escribimos para que nos lean y, sobre todo, para que nos monten, para que esos personajes tomen vida en el escenario, aunque conseguirlo sea difícil.


La última función de Silvia K. surge de un laboratorio dirigido por María Velasco. A menudo se piensa en la escritura como un trabajo solitario, que exige cierto aislamiento. Frente a este planteamiento, ¿qué papel juegan esos espacios en los que distintos autores pueden desarrollar sus ideas en común?

Para mí, los laboratorios y los grupos de trabajo son esenciales para salir de lo conocido y arriesgarse antes de ponerse en solitario. La escucha del trabajo de los demás aclara mucho. A veces, años después, he rescatado del cajón de sastre algún personaje, monólogo o relato.

A lo largo de tu trayectoria, ¿has establecido un proceso de trabajo cuyas claves repites con cada producción? ¿O cada una la afrontas de una manera distinta?

El proceso suele ser más o menos parecido: una frase escuchada (mi entorno ya sabe que están en riesgo de que todo lo que digan puede ser utilizado en mis textos), una noticia que me impacta, un relato que escribí… Suele haber algún tema que conozco poco, y empiezo una fase de documentación. Ahora mismo estoy investigando en la Biblioteca Nacional y en la del Museo Reina Sofía. Esta parte es de las que más disfruto. Si es un encargo u otro género, cambia la dinámica y los tiempos.


A menudo se habla de la dificultad de atraer público a las salas, pero, pese a todo, el teatro sigue vivo: se siguen creando y estrenando piezas. En tu caso, te has referido al teatro como “lugar de encuentro” ante la “angustia de vivir en sociedad”. ¿Por qué crees que resisten los escenarios?

Después de la pandemia hemos podido ver cuánta necesidad había de teatro. El hecho de compartir la escucha, la palabra, nos ha reunido a todas y todos de nuevo. Como decía Romeo Castellucci, el escenario es un espejo, por eso es embarazoso mirar. Pero hay una necesidad de hacerlo porque viene de un sentimiento ancestral, que se explica con esa asamblea donde se expone la dureza del mundo, pero también la belleza. Quizás sea el arte más político, al compartir la experiencia del momento con los otros. Como espectadora quiero mirar, indagar, encontrar respuestas que desconozco; como dramaturga, abrir conflictos, mirar en las heridas, hacer ese pacto con el espectador e ir de la mano a conocer la historia. Me mueve la necesidad de poner luz en sitios oscuros, de encontrar respuestas, de buscar la poesía que nos salve.


Teniendo en cuenta los ritmos de trabajo del presente, ¿finalizar la escritura de una obra implica, en tu caso, estar ya iniciando la siguiente? ¿Cómo se vive la transición de un proyecto a otro?

Tiene mucha razón Paul Valéry: las obras no se acaban, se abandonan. Yo sigo reescribiendo textos. Doy las gracias a Juan Mayorga por haber hablado de esto en una entrevista, me quitó un gran peso. A día de hoy, me encuentro con dos reescrituras teatrales, una miniserie y mi primera novela. Creo que, más que una transición de un proyecto a otro, hay una necesidad de estar en varias historias a la vez acrecentada por la precariedad de nuestra profesión, que cansa y atenaza. ¡Quién tuviera una tía como la de Virginia Woolf!

Firma invitada

Lucía Márquez (Valencia, 1988) dice por ahí que es periodista, pero en realidad a lo que se dedica es a leer, hablar y escribir sin parar (de todo, en general, y de asuntos culturales, sea eso lo que sea, en particular). Actualmente, colabora con medios como Valencia Plaza o la revista Lletraferit. Además, está realizando su tesis doctoral sobre los nuevos discursos sociales en torno al trabajo.

Fotografía

Álvaro Serrano Sierra (apertura)

Javier Mantrana (columna)

Fito González (entrega IV Premio SGAE de Teatro Ana Diosdado)

Enlaces

Laura Aparicio

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 PREMIOS FUNDACIÓN SGAE DE AUTORÍA TEATRAL

La Fundación SGAE anunciará a lo largo de este año la resolución de sus cuatro premios para autores y autoras de teatro: Premio SGAE de Teatro Jardiel Poncela, Premio SGAE de Teatro Infantil, Premio SGAE de Teatro escrito por mujeres Ana Diosdado y Certamen Internacional Leopoldo Alas Mínguez para textos de temática LGTBIQA+.


El objetivo de estos premios, con una dotación total de 24.000 euros, es impulsar la creación de nuevos textos dramáticos. Apoyando a nuestros autores y autoras (especialmente, a quienes vienen emergiendo con fuerza) se enriquece nuestro panorama teatral. Si escribes teatro, ¡presta atención a nuestras próximas convocatorias!