El sector profesional de las artes escénicas abarca muchas y muy diferentes realidades. Todas ellas con cabida en un mercado que es fiel reflejo de una diversidad en la que se conjugan las iniciativas pública y privada en todos los tramos de la cadena de valor, desde la creación hasta la exhibición.

En los últimos veinte años, el sector ha lidiado con dos crisis muy graves. Primero la financiera, que se inició en 2008 y redujo drásticamente la inversión pública en artes escénicas, tanto en ayudas directas (subvenciones) como en indirectas (exhibición). Y, luego, la reciente crisis sanitaria provocada por la COVID-19. Y ni hay duda de que, en este caso, la pandemia se cebó especialmente con el sector, perturbando el funcionamiento del mercado escénico, incapaz de autorregularse por sí mismo, saturado de oferta (sector privado) y mermado de demanda (sector público).

El mercado escénico es, sin duda, un gran desconocido que acumula rechazo por todas las partes. Por el lado de la creación, invocar al mercado es síntoma de limitación; por el lado de la demanda, el mercado suscita cierto recelo, porque se ve como un espacio incómodo de rendición de cuentas. En este sentido, la pregunta sería la siguiente: ¿podría permitirse hoy por hoy un profesional en activo y con voluntad de permanencia no tener presencia en el mercado, por muy local que pudiera ser su actividad? Parece razonable asumir que todos los profesionales, independientemente del sombrero que luzcamos, somos parte de este ecosistema polícromo y que darle la espalda no resuelve nada. Afrontar la idea de mercado desde el malestar crónico, pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor, es a mi entender una opción fallida.

Nines Carrascal, comisaria de Mercartes y fundadora de Histrión Teatro

En general, el mercado de las artes escénicas en España está muy intervenido y se caracteriza por ser muy endogámico (aupado por políticas que han ensalzado en demasía lo local), poco tecnológico y muy funcionarial (en el lado de la demanda). La ecuación se complica cuando nos vemos impelidos a operar a ciegas dentro de un mercadeo opaco, del que apenas se publican informes de actividad directa e indirecta. Esta premeditada imprecisión a la hora de referirse al sector en términos de economía y empleo es la argucia para subestimar su alcance, en un empeño histórico por escorarlo a la irrelevancia, ralentizando sus posibilidades de desarrollo y limitando su crecimiento. Por esto, la tasa de supervivencia de las empresas es muy baja respecto a otros sectores. Por el contrario, su nivel de cualificación y su capacidad de reinvención suelen ser muy altas. Este activismo artístico desemboca como un aluvión en el mercado y tensa en exceso las relaciones comerciales. Y es que la oferta y la demanda presentan una naturaleza poco elástica, porque ni el incremento de la oferta garantiza el crecimiento de la demanda, ni aumentar la demanda es garantía de mayor consumo.

En los últimos años y ante un escenario pletórico de incertidumbre por los cambios tecnológicos, el sector de las artes escénicas exige, a una velocidad inesperada y en línea con la evolución que están experimentando otros sectores, grandes reorientaciones. Las ventajas que el sector tiene respecto a otros es que sabemos mucho de la deslocalización de los espacios de trabajo, de horarios elásticos y vidas-trabajo. Y, por supuesto, de gestionar equipos variables y mantener una actividad múltiple para atajar la precariedad. A la contra, subyace un debate enquistado que enfrenta dos visiones, una que entiende que el arte es compromiso por encima de negocio y otra que mira al mercado como única fórmula para garantizar la sostenibilidad.

Nevenka, producción de Histrión Teatro con dirección de María Goiricelaya

Para acabar, me gustaría recalcar la idea de que hoy el futuro se juega en campo abierto, porque la competencia no está solo en tus iguales. En los próximos años, sin renunciar a la presencialidad como valor diferencial, el sector escénico tendrá que recomponerse para no repetir errores de antaño, en los que la competencia se neutralizaba tirando de los precios a la baja (precariedad en la producción y gratuidad en la exhibición), restando calidad. Hoy en día, el reto más urgente está en ganarse a la audiencia. O, dicho de otro modo, en cómo sortear la competencia para hacerse con el tiempo de ocio disponible; cómo movilizar a un público potencial que tiene ante sí una oferta abrumadora de propuestas, cada cual más atractiva y de similar naturaleza, con un mando a distancia que, desde la comodidad del sofá, pilota a la carta un entretenimiento hecho a su medida.

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