MONOGRÁFICO NOVA CANÇÓ
BONET Y LLACH
La huella eterna de los novíssims
POR JORDI BIANCIOTTO
Periodista y crítico musical
Han pasado más de cinco décadas desde que Lluís Llach y Maria del Mar Bonet se integraron en Els Setze Jutges, cerrando así la alineación e imprimiendo en ella la frescura de sus acentos novíssims [“novísimos”], y su obra pervive rodeada de un aura de pureza e integridad. Ni el uno ni la otra se han prestado jamás, como diría Llach, a abaratar sus sueños y con ellos corre el testimonio de una era en la que la canción de autor fue un inmenso eje vertebrador de nuestra cultura que conectaba con el nervio ciudadano y con las ansias de transformación.
El uno y la otra expandieron los horizontes de Els Setze Jutges y de la Nova Cançó para sacudir a las audiencias más jóvenes. Todavía no habían cumplido los veinte años cuando, primero ella (en L'Ovella Negra) y después él (en La Cova del Drac), superaron las correspondientes audiciones con Josep Maria Espinàs y compañía y se convirtieron en los integrantes más tiernos del colectivo: decimocuarta y decimosexto jutges, respectivamente, en coincidencia generacional con otro talento juvenil, Rafael Subirachs (el decimoquinto). Nacía la Novíssima Cançó, fresca y reluciente, y al mismo tiempo con raíces profundas, heredera de toda una memoria compartida que el franquismo había procurado enterrar.
Llach parecía cargar en sus espaldas el peso histórico de la Cataluña Vieja. Nacido en Girona y crecido en Verges (Baix Empordà), nos hablaba del republicano “avi Siset” en el precoz himno “L'estaca” (1968) y miraba de reojo el don de Serrat para construir versos y melodías perfectos. Bonet, de Palma, incrustó en los jutges el indispensable imaginario balear desde su primer disco, el EP Cançons de Menorca (1967).
En el repertorio de él se vislumbraban los ecos de las voces sentidas del góspel (Mahalia Jackson), pero era más bien en los referentes categóricos de la Chanson (Brassens, Brel y Piaf) donde coincidía con ella. Pero Bonet era isleña. Cuando era pequeña la fascinaban las melodías árabes que, desde Argelia, eran interceptadas por el transistor de casa y esta perspectiva se revelaría determinante a lo largo de los años, con vistas a la futura world music.
En la proyección de ambos tuvo un papel clave la oficina constituida por Joan Molas i Núria Batalla, ni más ni menos los creadores de la noción moderna de management a escala catalana.
MOLAS Y BATALLA
La profesión no sería lo que es sin ellos, que se empecinaron en peinar el país y hacer que salas de actos, sociedades corales, casinos y centros católicos se pusieran a servir a la causa, asociando los lanzamientos discográficos con giras bien trabadas. En el centro de todo, la lengua, el tesoro irrenunciable, agente motivador, estimulante de cohesión apasionada entre artistas y público.
La censura franquista hizo que fluyeran la imaginación y la picaresca y tanto Llach como Bonet se entrenaron a la hora de camuflar sus canciones prohibidas con títulos cambiantes. Al fin y al cabo, vetos y prohibiciones jugaron a favor de ambos trovadores, convertidos en símbolos de un abrumador movimiento popular.
Lo que llama la atención, desde la perspectiva actual, es cómo el monolingüismo catalán de ambos no fue un obstáculo para abrirse paso en las audiencias del resto del Estado y convertirse allí en figuras populares, asociadas a la brillantez artística y a unos idearios avanzados.
Bonet decía que no cantaba contra Franco, sino que era Franco quien iba contra ella, y dio siempre un aire de naturalidad radical a la expresión en catalán. En la obra de Llach se observa una carga política más explícita: revueltas, quejas y posicionamientos críticos en piezas como “La gallineta”, “I si canto trist…” (dedicada a Salvador Puig Antich) o “Campanades a morts” (aviso de las turbulencias de la Transición como consecuencia de la masacre de obreros en Vitoria).
Aquí reside una diferencia en la posición artística y cívica: Bonet, en todo caso, más allá de un romance bastante descriptivo como es “Què volen aquesta gent?”, con texto de Lluís Serrahima, ha hecho política de una manera indirecta, atrayendo los focos hacia temáticas populares y músicas de raíz apartadas del guion de la modernidad y adoptando el feminismo: “Volies una dona i trobares una persona” [“Querías una mujer y encontraste a una persona”], cantaba, citando a Edith Södergran, en “Nosaltres les dones”.
Sí, hay distancias en la manera de hacer del uno y de la otra, como el contraste entre estéticas musicales pasados los años: el cultivo electrónico practicado por Llach a partir de los ochenta (con cómplices como Carles Cases), alejado del tacto de la madera y los sonidos orgánicos más propios del imaginario bonetiano. Pero ambos han continuado representando un ideal de canción con fondo y compromiso, abierta al diálogo poético (con autores de cabecera: Martí i Pol, él, o Rosselló-Pòrcel, ella) y con una poderosa repercusión social.
Exponentes de una época en la que los iconos transversales eran más posibles que ahora, tiempos líquidos y vidriosos, y en un entorno, el de la Cançó, en el que no han faltado las rivalidades tensas y las envidias, ellos representan la pervivencia de una amistad que parece a prueba de bombas, como han lucido, en el pasado, cantando juntos en escenarios tan rotundos como el Camp Nou en 1985 o el Palau Sant Jordi en 1997. Sigue siendo así, a pesar de la manera tan diferente con que han afrontado la madurez. Llach, confesando que ya no necesita la música para vivir y volcándose en la política como jamás había hecho. Bonet, significándose cuando lo ha considerado necesario, pero centrándose en su carrera tanto en los escenarios como en los estudios de grabación.
La cantante mallorquina, incansable, se diría que ajena al paso del tiempo, querría que Llach no lo hubiera dejado, y que Raimon continuara cantando, y que Serrat no hubiera anunciado su última gira, y que la Cançó respirara el calor de otro tiempo. Sin embargo, aunque estamos en una era diferente, el eco de la Cançó permanece, y también la conversación entre generaciones: a Llach lo siguen cantando desde Sílvia Pérez Cruz hasta Judit Neddermann, mientras que los chicos de Manel llevaron a Bonet al futuro con el sampleo ultramoderno de “Per la bona gent”. Al fin y al cabo, la historia continúa.
BONET Y LLACH, POR PENALBA
Borja Penalba es compositor, productor discográfico, arreglista y músico. Trabajó con Lluís Llach y, en la actualidad, acompaña habitualmente a Maria del Mar Bonet en concierto. En este vídeo nos habla de su experiencia personal y profesional con ambas figuras.
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Molas i Batalla
Realización: Carlos Muñoz
Edición: Carlos Muñoz + Baliente
Bonet y Llach, por Penalba