MONOGRÁFICO NOVA CANÇÓ
OVIDI MONTLLOR
Aquella camiseta de Ovidi
POR PAU ALABAJOS
Cantautor y secretario del Col·lectiu Ovidi Montllor (COM)
Associació de Cantants i Músics del País Valencià
Ovidi es más que un referente, más que un símbolo: es un artista total, un obrero de la cultura, un músico absolutamente comprometido con su oficio y su país. Un intérprete de convicciones firmes que compaginó la canción, la rapsodia, el teatro y el cine, sobresaliendo y transgrediendo en cada una de las disciplinas que cultivó durante su intensa vida profesional, siempre enmarcada en el ámbito de las artes escénicas.
Pero si queremos entender por qué el cantautor de Alcoi, más de 25 años después de “las seues vacances”, aún es reivindicado, respetado y recordado por las nuevas hornadas de cantantes y escritores de canciones de los Països Catalans, debemos retrotraernos obligatoriamente a su actitud ante el hecho cultural, a su innegociable compromiso político sobre el escenario y fuera de él: Ovidi empezó a publicar discos cuando el Generalísimo todavía estaba vivo y puso su música al servicio de la resistencia antifranquista, actuó para todas las asociaciones y entidades que trabajaban subrepticiamente para erradicar el fascismo de nuestras plazas y calles.
Como explica el periodista Quim Vilarnau en uno de sus libros, Ovidi llegó a cantar en directo a cambio de “dos garrafas de aceite”. Eso significa que tuvo que hacer equilibrios, por un lado, reivindicando unos derechos laborales y una retribución justa para los trabajadores del sector cultural y, por el otro, ejerciendo la solidaridad activa, ofreciendo sus servicios escénicos a cualquier iniciativa que se esforzara por recuperar la democracia y restituir los derechos civiles de la ciudadanía.
Cuando el 20 de noviembre de 1975 el dictador falleció de muerte natural (¡no lo olvidemos!) en su cama, se inició un proceso llamado Transición que propició la recuperación del sufragio universal, la redacción de una nueva constitución y la convocatoria de las primeras elecciones democráticas desde el alzamiento militar de 1936.
Pero, cuando por fin tuvieron la sartén por el mango, aquellos políticos que llenaban la fila cero en los recitales de Els Setze Jutges y aprovechaban la proyección mediática de la Cançó para darse a conocer dieron la espalda estrepitosamente a los cantautores.
El caso de Ovidi Montllor es el más flagrante y por eso hemos utilizado su nombre como estandarte del Col·lectiu de Musics i Cantants del País Valencià: porque fue el primer represaliado político de la democracia, por su carácter insurgente y porque su coherencia y su dignidad, durante toda su trayectoria artística, fueron irreprochables.
Ovidi, como tantos otros, ayudó a derribar el muro de la dictadura con melodías y versos, estuvo en primera línea de fuego, implicándose como el que más para acabar con el franquismo de una vez por todas. Después de las primeras elecciones autonómicas, el Partido Socialista del País Valencià consiguió el poder e, incomprensiblemente, castigó a los cantautores en el banquillo.
Las políticas culturales de los gobernantes de aquella época, salvo contadísimas excepciones, se centraron en promover un tipo de ocio desideologizado, aséptico, inocuo.
¿Qué ocurrió, señoras y señores? ¿Por qué dejaron de lado a aquellos artistas que los habían ayudado a hundir el Régimen y obtener la vara de mando? Al lermismo no le interesaba para nada que algunas moscas cojoneras de la talla de Ovidi Montllor pulularan libremente y fiscalizaran su labor gubernamental.
No, no sería exacto utilizar la palabra “censura”, porque los cantautores podían seguir escribiendo sin mordazas y no estaban proscritos. Simplemente se apostó por una cultura que anestesiara a los espectadores, que los mantuviera dóciles como corderitos. Y lo consiguieron, ¡vaya si lo consiguieron!
Solo aquellos artistas más consagrados sobrevivieron a la aniquilación: las jóvenes promesas, de un éxito incipiente y una popularidad voluble, tuvieron que colgar las botas o hacer malabarismos para ganarse el pan. Este viraje institucional obligó a muchos de ellos a profesionalizarse en otros ámbitos laborales porque las contrataciones cayeron en picado.
Ovidi Montllor, que compaginaba su faceta de músico con la de actor, encontró una posible salida en la industria audiovisual, que justo empezaba a andar. Pero estaba muy equivocado: la primera película que emitió en valenciano el desaparecido Canal 9 (y una de las últimas) fue Casablanca. Estamos hablando del año 1989. La voz de Sam, el célebre pianista del film, era la del actor alcoiano.
En un libro titulado La televisió (im)possible, escrito por antiguos trabajadores y responsables de la cadena pública, se explica que el director de Radiotelevisión Valenciana (RTVV) durante la etapa socialista, Amadeu Fabregat, vetó la participación de Ovidi Montllor en posteriores doblajes porque tenía un acento “demasiado catalán” y, en cambio, permitió que algunos actores y actrices nacidos en esta tierra, que se habían adaptado expresamente al dialecto occidental, continuaran trabajando sin problemas. En esta época eran habituales las galas y los programas dedicados a El Titi, Rosita Amores, Francisco, María Jiménez y Concha Márquez Piquer. Por el contrario, Ovidi Montllor sufrió el ostracismo más absoluto hasta el fin de sus días.
Pero el brillante repertorio de canciones de Ovidi, sus discos memorables llenos de ironía y plasticidad, su tarea encomiable “de exhumación de versos insignes” (como expresó una vez el ensayista Joan Fuster), su legado literario y musical, al fin y al cabo, se han convertido en un material sensible de valor incalculable para quienes nos dedicamos a juntar palabras y cantarlas encima de los escenarios. La voz telúrica de Ovidi y sus letras escalofriantes siempre serán una inspiración, un punto de partida y un acicate para las generaciones futuras: un capítulo imprescindible de la historia de la Cançó.