MONOGRÁFICO NOVA CANÇÓ

RAIMON

Donde empieza la huerta y acaba el secano

POR ALFONS OLMO, VERDCEL

Cantautor poliédrico

Cincuenta quilómetros separan dos ciudades interiores de las comarcas centrales valencianas de la llamada Diània: Xàtiva al norte y al sur Alcoi. Otra población que pertenece a lo que fue la taifa de Dénia es un pueblo costero ubicado en la Marina Baixa, Altea, situado al este de la cuna de Ovidi Montllor.


En 1959 desde la Costera se izó la voz de un joven xativí de tan solo diecinueve años. Expresaba con determinación la sensación de estar dentro del viento, traía aires nuevos de luz y libertad en épocas amargas de dictadura. Sus versos recogían la experiencia de viajar “de paquete” en una motocicleta. Con su canto contagiaba un espíritu y una fuerza necesarios ante el opresor fascista. Eran alimento para todo un pueblo hambriento de vida. En menos de dos minutos te sacudía de los pies a la cabeza “al vent del món” [“al viento del mundo”].


A partir de entonces, poco a poco, se convirtió en la banda sonora para distintas generaciones. Es el pionero en muchos aspectos.

Para la gente de su tiempo de juventud, Raimon significó la lucha y, más allá, el compromiso con la lengua, la vida y el amor. Encarnaba de viva voz un sentimiento de combate compartido. Plantaba cara a la tiranía con coraje y canalizaba, a través de una energía desbordante, la oposición y la protesta. Y todo con astucia y habilidad en un contexto de censura imperante.

Cantaba en nuestra lengua, y lo hacía con letras que hablaban del ahora de la gente (de un tiempo, de un país). Recogía el testigo de aquellos trovadores, occitanos o andalusíes con turbante (como los llama Josep Piera), y situaba el género y la figura de la canción de autor del siglo xx, con un mundo discográfico naciente.


En catalán meridional y para todo el Estado propició, junto con otros precursores, un cambio conceptual de la música. Rompía el uso habitual del baile y la lírica ligera predominantes y proponía canciones para ser escuchadas. Daba otro sentido musical, el de reparar en la letra, el de bailar el alma. Lo expresaba como hablaba, sin traducciones ni artificios, dignificando la lengua que había aprendido de sus padres. Removía por dentro a la gente de aquí y a todos los que lo percibían. Más allá de la fuerza de su canto, indiscutible, transmitía una pasión hecha nota, palabra y gesto.


En una presentación de un célebre concierto en Madrid en 1976, explicaba con afán de entendimiento: “No hace falta que traduzca el título de la canción porque todos hablamos un latín más o menos distinto”. Eran unas circunstancias diferentes de las actuales. Aquello de los pueblos del Estado latía en el corazón de los disidentes y no había tanto prejuicio para escuchar otras lenguas propias.


Entonces se imponía a los intérpretes franceses e italianos que tradujeran al castellano todo lo que publicaban intramuros. Se perdía toda la esencia. Musicalmente se respetaba, pero la canción se veía innecesariamente afectada por la discordancia: eran lenguas vecinas y se perdía la riqueza cultural del original con cada fonema.


Fruto del intento de borrar el catalán y las demás lenguas bajo el dominio franquista, la fidelidad a la lengua del cantautor de la calle Blanc fue como agua generosa en cántaros de gloria para los sedientos del desierto.

El histórico concierto en Madrid del año 1968 acabó en una gran manifestación disuelta con la violencia brutal de los antidisturbios

Vivir desde la resistencia, en clandestinidad, desde el principio fue una constante. En el Festival de la Canción Mediterránea de 1963 participó y ganó, cantando en catalán, con Salomé y la canción “Se'n va anar”. Cantada con su voz y proyectada por la televisión de la época, se erigía como todo un fenómeno con mensaje implícito y alentador que llegó al gran público. Fue detenido por este triunfo. Y desde entonces la Nova Cançó sería perseguida más que nunca por la censura, las amenazas, las multas y las detenciones.


En 1966 cantó en solitario en la Aliança del Poblenou de Barcelona. Ese mismo año su recital en Sarrià, lugar donde la gente fue a escuchar y cantar, se convirtió en el primer acto masivo antifranquista y multitudinario.


El histórico concierto en Madrid del año 1968 acabó en una gran manifestación disuelta con la violencia brutal de los antidisturbios. Lo relata en “Divuit de maig a la Villa”: “Per unes quantes hores/ Ens vàrem sentir lliures/ I qui ha sentit la llibertat/ té més forces per viure” [“Por unas cuantas horas/ Nos sentimos libres/ Y quien ha sentido la libertad/ Tiene más fuerzas para vivir”].


Con el final de la dictadura, la transacción de poderes ocultó y repartió a los opresores en los distintos órganos. Ya en el año 1997, en otro acto en Madrid, lo volvieron a abuchear al cantar “Gora Euskadi”. La ultraderecha continúa enquistada en un régimen que olvidó los crímenes, amnistió a los responsables y aún no ha puesto el foco sobre la verdad y la justicia.

Raimon canta a las clases subalternas, de donde viene. Lo hace anhelando construir otro mundo. Canta al amor incansablemente. Canta con una lírica eterna, casi metafísica. Se interroga por la existencia. Rescata valores antiguos, revive a viejos escritores como Ausiàs March. Propulsa a grandes poetas de su tiempo, como Salvador Espriu. Abre de par en par sus libros para la gente de la calle. Se relaciona, bebe y comparte con otros artistas, creadores y escritores: Fuster, Tàpies, Alfaro, Estellés, etc.

Mis generaciones no venimos, de forma directa, de aquel silencio, pero sabemos bien cuál es el sustrato sobre el que descansa esta sociedad. Desde muy pequeños, como contamos en la novela gráfica que acompaña el disco íntegro de versiones que dediqué a Raimon (Petjades, 2010), entre canciones melódicas en español y otras cintas de casete, nos alcanzaba muy adentro la voz poderosa de aquel trovador moderno que venía “de donde empieza la huerta y acaba el secano”. Era justo cuando hacíamos los trayectos entre Alcoi y Altea, para bajar a la playa con mis padres en el Citroën GS. Aquello nos cautivaba: en la lengua que hablábamos, contaba nuestro mundo. Desde entonces sentí emociones en cada canción suya, me estimulaba, me hacía llorar al captar la impotencia vivida, vibraba por el amor (“Treballaré el teu cos”) y la vitalidad que compartía.


Era el testigo vivo de aquel pasado inmediato, explicaba nuestro presente, las deficiencias que todavía arrastramos, y sobre todo era el norte y la orientación hacia donde queríamos ir. Su “yo” se volvía universal, en las fábricas, en las universidades, en los barrios obreros. Miedo, hambre, dolor, sangre. Pero también mar, vida, luz y viento. Versos de amor, vitales, reflexivos, críticos, de denuncia, de ruptura. Tesoros pasados que nos cuentan, orígenes, identidad, poesía de otros, compañeros de pensamiento y arte. Sueños, utopías, trascendencias, humildad, belleza.

Raimon nos ayuda a comprendernos y querernos como personas y como pueblo

Él es mito. Impulsado por el sentido crítico, la pasión, los ideales. Arraigado en el país, la realidad, la gente. Su canción es plural, amorosa, introspectiva, existencial. Nos ayuda a comprendernos y querernos como personas y como pueblo.


Ramon Pelegero ha dedicado su biografía a las canciones. Trabajo y dedicación. Como las canciones de amor para Annalisa Corti, pareja vital y de trabajo, con todas las etapas, caras y rincones. Él es de espíritu independiente y quizá por eso iniciador.


Ser un buen filólogo no es sinónimo de ser un gran poeta o traductor. Ser un buen músico a veces no es decisivo. Del mismo modo, escribir correctamente unas letras no es suficiente. El artista debe aportar algo más. Convierte las carencias en virtudes.


Raimon ha sido un artista completo, un comunicador esencial que conectó con la gente de manera soberbia. Desde Diania a Valencia; desde Barcelona, pasando por cada rincón de los Països Catalans, al planeta entero. Ha sido decisivo para todos nosotros, para nuestro país y para las hornadas de cantantes que hemos venido en las décadas posteriores.


Ahora se trata de procurar que las generaciones actuales sean conscientes de dónde venimos para saber qué piezas no debemos olvidar a la hora de construir las identidades que vendrán.

Fotografía

Colita


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